martes, 4 de septiembre de 2012

Miramón y el Imperio, ¿era imperialista?


Hace mucho tiempo, cuando apenas empezaba a interesarme por la historia de México y llevaba unos cuantos libros leídos, creía que el general Miguel Miramón había sido un monárquico o imperialista en el aspecto ideológico. Por su muerte junto al Emperador, cualquiera es libre de pensar que era como Gutiérrez de Estrada, Hidalgo o Almonte, un fiel partidario de la monarquía, ansioso de que se estableciera el Imperio para adueñarse de algún titulo de conde o duque. Nada más lejos de la realidad. Miramón nunca fue imperialista, y si murió junto al Emperador fue por las circunstancias que lo orillaron a ir a donde no quería desde que terminó la guerra de Reforma.
Concientes de sus enormes cualidades militares, cuando se hacían los arreglos con Maximiliano, los que sí eran imperialistas trataron por todos los medios de ganar a Miramon para su bando. Como éstos eran, en su mayoría, los conservadores, sus compañeros de partido, pensaron que la tarea les resultaría fácil, pero se equivocaron.
Cuando los franceses desembarcaron en Veracruz, Miramón, en un arranque de patriotismo, le ofreció sumisión a Juárez, su peor y más odiado enemigo, con tal de que le diera un cuerpo de ejército para defender a su patria. Tal posibilidad alegraba a muchos patriotas. Juárez, además de Zaragoza que murió muy pronto, no tenía generales. Eran unos improvisados que con dificultades llegaban a cabos y no pensaban más que en encerrarse en una ciudad y resistir hasta que ya no tuvieran con que pelear.
Miramón por el contrario no se habría ido a encerrar, habría buscado un campo de batalla adecuado, en el cual poder usar su especialidad: la guerra relámpago. Pero Juárez no estaba dispuesto a tener conservadores cerca, y menos a uno que tenía muchos admiradores y seguidores. ¿Cuál fue su respuesta a la propuesta de tregua de Miramón? Le ordenó al general Mariano Escobedo que lo capturara, lo pusiera de espaldas a un muro de piedra y lo mandara mucho al otro mundo.
Ante un panorama nada alentador en el bando juarista, donde antes que una mano amiga lo esperaba un pelotón de fusilamiento, Miramón optó por irse al maximilianista. Pero tómese en cuenta que antes de inclinarse por el Imperio pensó en ser un servidor del mismísimo Juárez.
Maximiliano lo puso a las órdenes de los franceses. No confiaba en él y no quería tenerlo cerca. El pequeño gnomo, Aquiles Bazaine, el jefe del ejército francés, no quería imaginar siquiera que un general mexicano le hiciera sombra. Miramón era un gigantón bastante apuesto, casi podría decirse que mandado a hacer para vestir de militar. En el campo de batalla era en un verdadero genio y nadie lo ignoraba. Así que Bazaine tomó la decisión de humillarlo para minimizar su figura. Lo puso a las órdenes de un coronel y le inventó uno que otro chisme de vecindad.
Herido en su orgullo al ser un general de división, Miramón optó esta vez por apartarse del Imperio. Maximiliano, para no tenerlo como enemigo y sí tenerlo lejos, lo envió a Prusia a pulir su talento. Cuando el Imperio estaba por caerse y el Emperador dudaba en Orizaba si volvía a Europa a vivir como cobarde o se quedaba a morir como valiente, sin que hubiera más opciones, Miramón regresó y se entrevistó con él. No confiaban uno en el otro y no eran partidarios uno del otro, pero se necesitaban.
Todavía tuvieron que atravesar por muchas dificultades para darse el sincero abrazo que se dieron antes de que los pelotones dispararan en el Cerro de las Campanas. Miramón al mando de un improvisado y reducido ejército fue derrotado por Mariano Escobedo en Zacatecas, cuando era el general en quien más confianza tenía Maximiliano. Allí  éste perdió la confianza en su talento y también en su lealtad. Después ambos personajes se encerraron en Querétaro, a resistir las tenues y deficientes maniobras militares de Escobedo. En esa ciudad la desconfianza reinó por meses, hasta que por fin, después de una larga charla, se hicieron amigos. Y así morirían.
Pero Miramón, pese a todo, no murió como imperialista, murió como lo que había sido toda su vida adulta, un miembro del partido conservador, junto a un personaje que sus compañeros habían añadido a la lucha sin su consentimiento.

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